martes, 12 de agosto de 2014

El yodo y sus compuestos HALOGENOS Y SUS COMPUESTOS

El yodo no se encuentra en estado libre en la naturaleza, sino que se presenta formando yoduros y/o yodatos como vestigios de impurezas en los depósitos de otras sales. Los depósitos de nitrato de Chile contienen la suficiente cantidad de yodato (aproximada- mente un 0,2 % de yodato sódico) como para que su explotación comercial resulte rentable. Igualmente, existen algunos saladares naturales, especialmente en Estados Unidos, que contienen yoduros en cantidades considerables. El yoduro del agua del mar se concentra por la acción de algunas plantas marinas (kelpo), cuyas cenizas constituyeron en su tiempo una fuente de produc- ción de considerable importancia en Francia, Reino Unido y Japón.
El yodo es un potente oxidante. Puede provocar una explosión cuando entra en contacto con materiales tales como el acetileno o el amoníaco.
Los vapores de yodo, incluso a bajas concentraciones, son extremadamente irritantes para el tracto respiratorio, los ojos y, en menor medida, la piel. Las concentraciones de sólo 0,1 ppm en el aire pueden producir irritación ocular cuando la exposición es prolongada. Las concentraciones atmosféricas superiores a 0,1 ppm provocan irritación ocular cada vez más grave, junto con irritación del tracto respiratorio y, en los casos extremos, edema pulmonar. Otras lesiones sistémicas producidas por la inhalación de vapores de yodo son poco probables a menos que la persona expuesta padezca de antemano alguna alteración de la glándula tiroides. El yodo se absorbe por vía pulmonar, convir- tiéndose en yoduro en el interior del organismo, y se excreta prin- cipalmente por vía urinaria. El yodo en forma cristalizada o en soluciones concentradas es un potente irritante cutáneo, siendo bastante difícil eliminarlo de la piel y, una vez que se ha producido el contacto, tiende a penetrar y a producir lesiones continuas. Las lesiones cutáneas provocadas por el yodo se parecen mucho a las quemaduras por calor, con la sola diferencia de que en el primer caso las zonas quemadas aparecen colo- readas de marrón. Como el yodo se queda adherido a los tejidos, pueden producirse úlceras de lenta curación.
Posiblemente, la dosis letal media del yodo por vía oral es de 2-3 g en adultos, debido a su efecto corrosivo en el aparato digestivo. En términos generales, los productos que contienen yodo (ya sean orgánicos o inorgánicos) parecen ser más tóxicos que los análogos bromados o clorados. Además de la toxicidad que posee por ser un halógeno, el yodo se concentra en la glándula tiroides (la base para el tratamiento del cáncer de tiroides con I131) y, por ello, es fácil que se produzcan alteraciones metabólicas como resultado de una exposición excesiva a este elemento. La absor- ción crónica del yodo provoca “yodismo”, una enfermedad caracterizada por taquicardia, temblores, pérdida de peso, insomnio, diarrea, conjuntivitis, rinitis y bronquitis. Además, puede desarrollarse una hipersensibilidad al yodo, caracterizada por erupciones cutáneas y posiblemente rinitis y/o asma. Radiactividad. El yodo tiene un número atómico de 53 y un peso atómico que oscila entre 117 y 139. Su único isótopo estable tiene una masa de 127 (126,9004). Sus isótopos radiactivos tienen períodos de semidesintegración que varían desde algunos segundos (pesos atómicos de 136 y superiores) hasta millones de años (I129). En las reacciones que caracterizan el proceso de fisión en un reactor nuclear, se forma I131 en abundancia. Este isótopo tiene un período de semidesintegración de 8,070 días; emite negatrones y radiación gamma con energías principales a
0,606 MeV (máx) y 0,36449 MeV, respectivamente.
Cuando penetra en el organismo, sea cual sea la vía, el yodo inorgánico (yoduro) se concentra en la glándula tiroides. Este hecho, sumado a la abundante formación de I131 en los procesos de fisión nuclear, lo convierte en uno de los materiales más peligrosos que puede liberar un reactor nuclear, ya sea deliberadamente o por accidente.





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