La seguridad de muchos peróxidos orgánicos mejora considerablemente cuando se dispersan en diluyentes disolventes o no disolventes que absorben el calor de la descomposición (p. ej., agua o un plastificante) o reducen la sensibilidad a los impactos (p. ej., dimetilftalato). Estas mezclas son, en general, mucho menos inflamables que los peróxidos puros, y algunas de ellas no son inflamables. No obstante, el uso de un diluyente tóxico puede aumentar considerablemente la toxicidad de la solución de peróxidos.
El principal efecto tóxico de la mayoría de los peróxidos es la irritación de la piel, las mucosas y los ojos. El contacto prolongado o intenso con la piel o las salpicaduras en los ojos pueden causar lesiones graves. Algunos vapores de peróxidos orgánicos son irritantes y pueden causar también cefaleas, intoxicación similar a la del alcohol y edema pulmonar cuando se inhalan en grandes concentraciones. Otros, como los hidroperóxidos de cumeno, son sensibilizantes conocidos de la piel. Los peróxidos de dialquilo no suelen ser tan irritantes y los peróxidos de diacilo son los menos irritantes de todos los peróxidos. Los hidroperó- xidos, los peroxiácidos y especialmente el peróxido de metiletilce- tona son mucho más peligrosos. Son extremadamente irritantes y corrosivos para los ojos, con riesgo de ceguera, y pueden causar graves lesiones o la muerte si se ingieren en cantidad suficiente.
La carcinogenicidad de los peróxidos ha sido objeto de investigación, pero por el momento no se han obtenido resultados concluyentes. La Agencia Internacional para la Investigación sobre el Cáncer (IARC) ha asignado al Grupo 3 (sustancias no clasificables por su carcinogenicidad) al peróxido de benzoilo, al cloruro de benzoilo y al peróxido de hidrógeno.
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